Ya tenía algunos signos debido a la edad, pero aún hacía caminatas considerables, pero un día, sin previo aviso, las patas de atrás decidieron responder un poco peor y empezaron a fallar más de lo normal.
Desde ese día hemos tenido momentos de absoluto bajón, momentos de rabia e incluso de conformismo y sinceramente me costó mucho aceptar la situación de que mi galga, mi bebé, es una galga mayor y que, quizás no puede hacer tanto como hacía, pero tampoco tiene porque estar parada siempre. Hemos aprendido a salir más veces, menos tiempo y con rutas menos duras. Hemos aprendido a darnos cuenta de qué paseos lleva mejor, por dónde camina con menor dificultad, cuando está cansada y quiere irse para casa o cuando simplemente no le apetece caminar más o le da pereza. A veces es 1 km y a veces son 6 (aunque siendo sincera, ya hace tiempo que no haces 6 km), lo que sus patitas o su ánimo decida.
Hemos aprendido a intentar sacar tiempo de debajo de las piedras para hacer los ejercicios que nos manda la fisio, también de que hacemos menos de lo que podríamos, y estamos aprendiendo, porque aún no lo hemos conseguido, a no flagelarnos por ello. Estamos aprendiendo a adaptarnos y a adaptar nuestras rutinas de trabajo. No diré que es fácil para dos personas workaholic como nosotras, pero ahí vamos, poquito a poquito. Sin prisa pero sin pausa.
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